Empleo e Ingresos

La otra brecha: la incompatibilidad entre lo que se quiere y lo que se puede



En las últimas semanas se comenzó a plantear como exagerado el retroceso de la participación de los salarios en el PIB desde el máximo alcanzado en 2017. Con la misma preocupación acerca de la trayectoria del poder adquisitivo aparecieron las preguntas sobre cómo puede ocurrir que el salario real de la economía sea tan bajo si su principal determinante en el mediano y largo plazo, la productividad, no ha caído tanto.

En los próximos párrafos intentaremos dar respuesta a los siguientes interrogantes: ¿Están efectivamente los salarios perdiendo respecto al capital? ¿por qué ocurre esto? ¿Tiene alguna relación con la economía real y la acumulación de desequilibrios, o es una cuestión anecdótica? ¿Qué impacto genera en las expectativas de la sociedad y la política? ¿Qué implicancias tiene para la dinámica al interior de la coalición gobernante?

¿Cómo evolucionó el reparto de la torta?

La Cuenta de Generación del Ingreso que confecciona el INDEC trimestralmente nos brinda información de cuánto fue el ingreso de los distintos factores de producción que intervinieron en la generación del valor agregado (antes de su redistribución).

Uno de ellos son las remuneraciones a los trabajadores asalariados (RTA) -incluyen los pagos a la seguridad social-. La trayectoria de este factor refleja un deterioro en los últimos 5 años, resultando en una menor participación de los asalariados en el valor agregado. En particular, la misma pasó de 51,8% en 2017 a 43,9% en 2021.

 

Para que la parte que corresponde a los trabajadores asalariados haya caído, la porción que se llevan los otros factores (“el capital”) tiene que haber aumentado. Para ello, en primer lugar observamos lo que sucedió con el Ingreso Mixto Bruto (IMB): pasó de 11,5% a 13,3%. Este componente registra las utilidades de las empresas no constituidas en sociedades o que son propiedad de hogares que trabajan en la misma. Esto implica que no puede medirse cuánto de los ingresos de una persona es el resultado de su trabajo y cuánto se debe a que posee el medio de producción, en su rol de “capitalista”.

Por definición, entonces, aquí entra el heterogéneo grupo de cuentapropistas, una modalidad que desarrolló un crecimiento importante (en torno al 4% anual) justamente desde 2017. Dado que parte del avance del ingreso mixto debe coincidir con este fenómeno, resulta apresurado atribuir esto a un incremento en la distribución en favor del capital.

Ahora bien, prácticamente la totalidad de la diferencia en la participación es explicada por el aumento de 39% a 46,5% del Excedente de Explotación Bruto (EEB), que capta las utilidades de las empresas constituidas en sociedades. El esquema se completa con lo que pone el Estado en materia de subsidios, menos lo que se lleva vía impuestos, que no representa una cantidad considerable (a excepción del caso de Electricidad, gas y agua).

Por lo tanto, la menor porción de la torta que se llevan los trabajadores es, en buena parte, pero no en su totalidad, explicada por el aumento de lo que se lleva el capital. Sin embargo, el último dato disponible previo a la intervención del INDEC, en 2007, mostraba que la RTA representaba el 42,9% del valor agregado, un número similar al actual.

¿Entonces? Fue el desacople entre la productividad del trabajo y los salarios reales -que veremos en la siguiente sección- iniciado unos años después y la crisis resultante de este proceso el principal factor que explicó lo extraordinario de la participación de la RTA vigente en 2016-17, abriendo una brecha entre el salario real al que se aspira y el que la economía está en condiciones de ofrecer.

La productividad laboral y los salarios reales

El análisis de la relación entre los salarios y la productividad laboral* requiere de una mirada un poco más amplia. En este sentido, observamos que entre 2004 y 2011 tanto la productividad como los salarios reales del sector privado -contemplando tanto los formales como los informales- crecieron en torno de 30%, indicando en parte que las ganancias de productividad se podían canalizar -tal como lo hicieron- en un mejor poder adquisitivo. Sin embargo, a partir de ese año este crecimiento equilibrado comenzó a disociarse.

Desde entonces, la productividad mostró una paulatina reducción, al tiempo que las favorables condiciones internacionales para el país, si bien no empeoraron, dejaron de representar el impulso adicional que habían ejercido en años previos (los términos del intercambio mejoraron, en promedio, 5,5% en 2004-11 y cayeron casi 1% anual en promedio en 2012-17). Esta dinámica dio lugar a políticas de fuerte estímulo al consumo y a los salarios reales de la economía, a costa de la acumulación de desequilibrios macroeconómicos.

En ese marco, el gasto primario trepó de 19,6% del PBI en 2010 a 24% en 2015-16 (se pasó de superávit a déficit primario), motorizado por la expansión del gasto social, una fuerte suba de subsidios (se profundizó el atraso tarifario) y un incremento en el empleo público. En paralelo, el tipo de cambio real ya registraba al cierre de 2015 los niveles del 1 a 1 y el excedente externo mutó a un desbalance (alcanzando 5% del PIB en 2017), erosionando en el camino las reservas del BCRA (entre 2011 y 2015 las reservas cayeron a la mitad).

Estas fueron las principales fuentes de financiamiento de un consumo privado per-cápita que creció casi 9% entre 2010 y 2017, permitiendo que a lo largo de este período los salarios reales se encontraran, en promedio, 6% por encima de la productividad de la economía.

El punto álgido de este esquema fue en 2017, cuando la gradual corrección iniciada con el cambio de gobierno no pudo evitar una crisis cambiaria que deprimió fuertemente el poder adquisitivo, el cual -desequilibrios macroeconómicos mediante- todavía no pudo recuperarse. Esto no sólo constituyó un cambio de tendencia, sino que condicionó las expectativas a futuro.

Conclusiones

Por lo tanto, cuando se compara el poder adquisitivo actual con aquel vigente en 2017 tiende a dejarse de lado que las condiciones que propiciaron ese nivel -que en parte fue cimentado por la acumulación de desequilibrios- no pueden replicarse actualmente: la escasez de reservas y el acuerdo con el FMI impiden retomar la estrategia de atrasar el tipo de cambio, al mismo tiempo que limitan a la emisión monetaria y el gasto público -estableciendo metas para el déficit primario-. Así, un margen de maniobra más acotado deja al descubierto la imposibilidad de dar una rápida solución que cierre la brecha entre la voluntad y la realidad.

De este modo, la disonancia entre las expectativas acerca del salario real por el que la sociedad puja y aquel que la economía puede ofrecer en lo inmediato no sólo no responde a una anomalía económica ni a una exagerada apropiación del ingreso por parte de capital: obedece en gran medida a desequilibrios macroeconómicos, con límites en la realidad y, por lo tanto, en las posibilidades de revertirlas en el corto plazo.

La divergencia entre la agenda de la política y las posibilidades materiales también puede interpretarse en torno a las disputas dentro del oficialismo y, en definitiva, en la ausencia de coordinación dentro de la coalición: una parte se ve tentada de utilizar recetas que, si bien funcionaron en un contexto diferente, podrían acelerar la separación entre la productividad y el poder adquisitivo, mientras que la otra pugna por un ordenamiento que reduzca ese riesgo pero sin satisfacer el cierre de la brecha antes descripta en los tiempos que el ciclo político demanda.

Esto será una norma durante el 2023, no sólo en torno a la contienda electoral sino también en función del gobierno entrante, independientemente de su signo político: en tanto la sociedad no reconozca que en el corto plazo el país no se encuentra en condiciones de proveer un nivel de salarios como el que se pretende, posiblemente la política continuará fallando con el mandato que obtenga de la misma.

 

 

*En este trabajo definimos a la productividad laboral de la economía como el valor agregado bruto dividido por la cantidad de puestos de trabajo. Un análisis más preciso debería contemplar las horas trabajadas, pero no se pierde generalidad en el mediano plazo con esta distinción metodológica.



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